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A un pitazo, una prueba de vida

Posted by Pasa la voz on 19:57

Los números de luces naranja del reloj digital que se encuentra colgado en el punto de atención del centro deportivo de la Javeriana; quedaron grabados en mi mente cuando marcaban las cuatro y media de la tarde del miércoles 20 de Septiembre de 2006.

-Llamado preventivo para la prueba de cien metros mariposa. Carril uno, Eve Bernstein; carril dos, Michael Hernández; carril tres, Yuseff Acevedo; carril cuatro, Mauricio Toro; carril cinco, Julián Novoa; carril seis, Julián Echeverri.

Una miembro del jurado pronunciaba los llamados preventivos y definitivos a los nadadores de cada prueba de la jornada de competencias “Inter-Roscas”, por medio de un megáfono. Una mujer de contextura gruesa, pelo negro un poco descuidado, boca opacada por un protuberante bozo y una voz ronca ya lastimada por ejercer su labor como anunciadora de pruebas en competencias de natación.

Mi corazón empezó a palpitar más rápido, cada vez que esto me sucede, empiezo a ver lo que me rodea con mayor lentitud, como un video en cámara lenta. Mi cuello le permitía a mis pupilas realizar un paneo a mi alrededor, como si la vista fuese el único sentido que me sirviera a la perfección. Quizá el gorro de silicona puesto en mi cabeza obstruía mis oídos generando un efecto que tan solo me dejaba escuchar como murmullos, los gritos y silbidos de aliento y motivación de mis compañeros nadadores que se hallaban en el borde de la piscina, dispuestos a observarnos.

-Llamado definitivo para la prueba de cien metros mariposa. Carril uno, Eve Bernstein; carril dos, Michael Hernández; carril tres, Yuseff Acevedo; carril cuatro, Mauricio Toro; carril cinco, Julián Novoa; carril seis, Julián Echeverri. Nadadores a órdenes del juez central.

En la mayoría de las competencias en las que he participado, el juez, es el mismo viejo cascarrabias de siempre. No permite porras durante su orden de partida. Ha regañado a más de muchos miembros del público que han intentado darles ánimo a sus amigos competidores, dejándoles la emoción por el piso.

Sus cuerdas vocales hacen que de su garganta brote un vozarrón de imponencia sobre cualquiera. Los ojos, ya tapados por el peso de sus párpados demarcados por su avanzada edad alcanzan a observar sigilosamente el despliegue de los cuerpos de los nadadores, inmediatamente después de su partida para impedir el robo de la misma, de esta manera, ha descalificado a miles de nadadores que lo han intentado hacer saliendo antes de que el viejo diera la orden con el disparo de un revolver de fulminantes, que debido al nerviosismo que este causaba, hoy día, es un pito. Por lo menos a mí, este personaje de cuerpo gibado me causa terror, razón de más por lo cual mi ritmo cardiaco, se aceleraba cada vez más.

Parado enfrente del carril dos, balanceé mis brazos de lado a lado impulsados por mis hombros, esto, más que un calentamiento previo, es un indicio de nervios de muchos nadadores. Ajustándome mis gafas azules de competencia, pude ver las bocas del publico que se abrían dándome a conocer los treinta y tantos dientes que cada uno de ellos tiene, mas de quince lenguas pronunciando frases que eran imperceptibles a mis oídos. Solo hasta el momento en el que alcancé a escuchar mi nombre.

-¡Duro Michael, duro parce!

Juanita, Fabio y Lina, eran integrantes de nuestra rosca de competencia que se llamaba Cien de Cilantro. En total éramos cinco equipos, cada rosca estaba conformada por ocho nadadores y el objetivo de esta competencia era que cada integrante debía pelearse los ocho primeros puestos para la sumatoria de puntos.

-¡Duro Michael!, ¡Vamos Cien de Cilantro!

La voz de Juanita se intensificó en mi mente, aun más cuando ésta fue respaldada por la de Fabio y Lina. Si ganaba la prueba u ocupaba los primeros puestos, más que un mérito personal, era el compromiso con mi grupo, la idea era acumular la mayor puntuación posible en pruebas difíciles como esta. El primer lugar equivalía a ocho puntos, el segundo a siete y así sucesivamente hasta el octavo con un punto.

El estilo mariposa es uno de los más complejos para todo nadador, yo diría que pocos nos inclinamos por este. El objetivo del mismo es semejar el nado de un delfín. En esta técnica, el nadador debe impulsarse desde su cadera haciendo una ondulación que le permita realizar una patada paralela y al mismo tiempo levantar su torso para hacer una brazada de la misma manera. Toda la fuerza parte desde el abdomen, esta debe ser suficiente para que el estilo sea continuo durante el metraje estipulado para la prueba. Las pruebas legitimadas por los juegos olímpicos para este estilo no superan los doscientos metros debido a lo agotador que este puede llegar a ser.

La universidad cuenta con una piscina semi-olímpica de veinticinco metros de largo por trece de ancho y dos de profundidad. Tiene seis carriles para que el mismo número de nadadores participen al tiempo, los carriles son el espacio de separación entre cada nadador y este está dividido por unas fibras de aluminio que en su parte superior las bordea unas roscas plásticas con orificios demarcados entre ellas para romper las olas que los nadadores generan al desplazarse en la piscina. Además de estas, unas rejillas que rodean la piscina y que están al nivel del agua, se denominan rompeolas, su función consiste en depositar en unas canales las olas de agua que los nadadores van dejando atrás, a medida que avancen.

Los carriles tres y cuatro son asignados para los mejores nadadores, pues al ser ellos los más veloces y al estar en la mitad de la piscina, su desplazamiento seria mejor. Los carriles uno, dos, cinco y seis; estarían en desventaja, puesto que los nadadores que se encuentran en estos se tragarían toda el agua que los del tres y el cuatro van esparciendo en un oleaje que se abre lateralmente a partir de sus cuerpos. Los carriles son asignados dependiendo a los tiempos que los nadadores han hecho en competencias anteriores. Mientras menor sea e el tiempo, mejor es el nadador.

La orden del juez esta divida por un pitazo inicial para indicarle al nadador que se prepare para la salida, y un pitazo final para ejecutarla, intermedio a esto un ultimo anuncio de disposición.

A mi izquierda, en el carril tres, estaba Yuseff, un nadador seleccionado por la liga colombiana de natación por su desempeño en este deporte, una razón de más para intimidarme, además de ser el mejor nadador que tiene la universidad y que su estilo favorito es justamente mariposa. Todo lo anterior se me vino a la cabeza cuando mis ojos que realizaban el paneo, decidieron detenerse por un momento en él.

-¡suerte Michael, vamos a competir duro!

Esta frase me hizo dar vuelta hacia mi lado izquierdo, en el carril uno estaba Eve, quien con un español a medio entender, me demostraba lo relajado que él estaba frente a mi palpitar acelerado.

Eve, es un estudiante alemán que esta de intercambio en la universidad desde hace un año, cursa noveno semestre de administración de empresas y desde que tocó suelo colombiano se enamoró perdidamente de este. A sus veinticinco años pensaba que Colombia era un pueblo en el que el subdesarrollo no le permitía traer su portátil ni llamar a sus parientes en Alemania, y mucho menos participar en una competencia de natación en su lugar de estudio.

Esta serie nos la disputábamos cuatro roscas, Los Sea monkey, con Eve y Julián Echeverri; “Crush”, con Mauricio Toro; Yuseff Acevedo por Rastas; y Julián Novoa conmigo por Cien de Cilantro.

Sonó el primer pitazo y la adrenalina comenzó a invadir por completo mi cuerpo, la mente se me puso en blanco, tan solo sentía mi respiración agitada. Hacía más de dos años que no me paraba sobre un taco de una piscina para emprender una competencia. -Pase lo que pase ya estoy aquí, le voy a dar con duro, con duro-, fue lo primero que se me cruzó por la mente antes de que el viejo juez iniciara su labor.

Los tacos, en las piscinas olímpicas son unos soportes elaborados en aluminio y fibra de vidrio de un metro de altura sobre el nivel del borde de la piscina, donde el nadador se dispone a realizar el clavado para emprender su prueba.

Todos nos paramos sobre nuestro respectivo taco, incliné mi cuerpo hacia abajo y fijé la mirada sobre las baldosas del piso de la piscina, apoyé mis manos en mis rodillas, sentía que las pantorrillas me estaban temblando; parpadeé y cambié de dirección mis ojos. A mi derecha veía las cuatro cabezas inclinadas ya de mis contrincantes, todas de diferentes colores debido a que los gorros eran distintos, a mi izquierda, Eve, que apenas se acomodaba sus gafas.

-¡En sus marcas!

Bajé mis manos y me agarré del borde del taco con mucha fuerza, estiré mis brazos e incliné un poco mi cuerpo hacia atrás para coger impulso. En contados segundos sonó el pitazo final. Salté con una fuerza increíble; en el aire, junté mis brazos y piernas en posición de flecha y entré en acción. Sentí un “pringonazo” en mi cuerpo que se intensificaba a medida que ingresaba al agua. Sumergido ya en la piscina, me dispuse a ondular mi cuerpo de arriba hacia abajo como un delfín para salir a la superficie. Salimos todos a la par.

Sentía mi cuerpo como un caballo que era cabalgado por mi corazón, nadaba a su ritmo, cada pálpito era una brazada seguida por una patada, completando así el estilo de mariposa que por instinto lo nadaba, pues mi mente continuaba en blanco.

Debía cruzar la piscina cuatro veces para completar los cien metros. Al culminar los primeros veinticinco metros, toqué el borde con mis dos manos y viré mi cuerpo ciento ochenta grados hacia a la derecha. Alcancé a ver a Yuseff quien tomó la delantera. Los cuatro restantes apenas asomaban sus cabezas después del viraje en la superficie a la par conmigo para cruzar de nuevo la piscina y completar cincuenta metros. Al tocar por segunda vez el mismo borde, culminados ya setenta y cinco metros, viré hacia la izquierda para no perder de vista a Eve, quien se disputaba conmigo el segundo lugar, pues Yuseff ya nos había cogido unos cinco metros de distancia, y el resto de nadadores estaban muy atrás de nosotros.

Los últimos veinticinco metros fueron atroces, mi jinete perdió el control del cuerpo. Sentía que el aire que respiraba no era suficiente, pues cada vez que hacía una brazada, mi corazón palpitaba con más fuerza y mi cuerpo se iba desvaneciendo lentamente.

Terminé la prueba, no soportaba mis piernas, mis pulmones desesperados por aire comenzaron a puyarme, salí de la piscina por las escaleras que están a lado derecho.

-¡Segundo marica, vamos bien y vos pensando que ibas a quedar de último!

Era Juanita, que con un abrazo de felicitaciones me sacó lo último que tenia de aire.

Me desperté al sentir la máscara de oxígeno que Hans, el paramédico e instructor físico del centro deportivo, puso en mi boca.

-Joven, Joven, ¿Cómo se llama? ¿Cuántos años tiene? ¿Cuántos dedos ve?

Casi le pego cuando entré en sí. No podía responderle ninguna de las preguntas que me hacia con esa mascara en mi boca. –cuatro, veo cuatro-, eso fue lo primero que le respondí cuando me quitó el oxígeno con su mano derecha, mientras que, con la izquierda me mostraba cuatro de sus cinco dedos.

Me hallaba tirado en el piso al borde de la piscina en medio de un tumulto de gente, todos preguntándome como me sentía, era como si todavía tuviera el gorro de natación puesto, pues se me dificultaba escucharlos. Hans me había traído un suero de color morado y supremamente dulce para tomar. De lo último que me acuerdo fue haber saboreado un solo sorbo.

-Sus músculos se llenaron de ácido láctico provocándole un desmayo. La prueba de glucosa está bajita, yo diría que un agotamiento físico es lo que tiene su hijo señora Amelia. Le recomiendo que lo recoja, que repose y se realice unos exámenes de sangre para descartar alguna enfermedad.

Me desperté en la camilla de la enfermería de la universidad, al escuchar la voz de la doctora hablando por teléfono con mi madre. Ni siquiera me acuerdo de su nombre, solo que tenia unos lentes de contacto verdes que me producían náuseas.

Durante toda la mañana del viernes 28 de septiembre, estuve sometido a mil exámenes de sangre en los laboratorios ubicados en el segundo piso de la clínica Colsánitas de Ciudad Jardín. Hoy mi corazón palpita arrítmicamente a esperas de los resultados de las pruebas de sangre que extrajeron de mis brazos. Un aparato conectado a mi corazón mide el ritmo cardiaco de un jinete que casi deja desbocar a su caballo; y que a un pitazo, se sometió a una prueba de vida.


Por: Michael Hernandez

Estudiante de comunicación



1 Comments


QUE EXPERIENCIA LA DE MICHAEL..... ESPERO QUE LES VALLA BIEN EN EL INTERROSCA 2009

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